Este emplazamiento, de cierto modo representa un grado de complejidad mayor en el cual es evidente la fortaleza y la jerarquía arquitectónica existente en este santuario, no solo por lo edificado, sino que también la topografía y el paisaje toman un protagonismo fundamental que incluso da por entender a una negación de una posible propuesta contemporánea.
Por si fuera poco, el uso y la razón de ser de este sitio, actualmente mantiene un conjunto de acciones que forman parte de un ritual de peregrinaje para los fieles y creyentes que acuden a éste sitio el último domingo de septiembre para su peregrinaje hacia la ermita. De cierto modo, este recorrido pausado y de momentos significativos, debía ser descifrado mediante una interpretación arquitectónica en el cual la nueva proposición no debía confrontar este ritual y razón de ser.
La propuesta se podría resumir, en el entendimiento de cuatro momentos especiales: la llegada por medio de una ante-plaza que se vincula con la casa del agua, la aproximación a las ruinas que desemboca con una panorámica hacia el faro, el respeto del patio central como elemento jerárquico y la referencia en vertical de un mirador como el desenlace de éste peregrinaje dentro del santuario.
Para no desafiar este espacio central, se toma la decisión de ubicar los talleres de trabajo que deben presentar espacios flexibles y de buena iluminación para su debido uso, adheridos hacia los dos brazos destinados anteriormente para los dormitorios. Así, el día a día del artista le permite tener una vinculación entre espacio de trabajo y descanso, sin contraponerse al patio interior, que en definitiva se resume en la sección del proyecto.
” Un peregrinaje por medio de tiempos pausados, sin desafiar el espacio y uso jerárquico mediante la adherencia hacia lo existente”.